¿CIUDADANOS O HOOLIGANS?

 Hace ya unos cuantos años que los programas de fútbol, en los que la polémica es el plato central, coparon los distintos canales de televisión. Con caracteres muy marcados, los “tertulianos” defendían a capa y espada las tesis que mejor cuadraban con la camiseta que defendían. Parece que ese estilo caló en la audiencia y poco a poco fue incorporado a programas de cotilleo, en los que se forzaba el conflicto entre los “famosetes”, con el objetivo de crear el máximo número de polémicas por programa. Salvo contadas excepciones, este estilo también caló en las tertulias políticas y en los programas de opinión y debate. Para desgracia de la calidad de la información y de la opinión, ese estilo de tertulia increpadora se ha consolidado en la parrilla televisiva.

Poco después irrumpieron Twitter, Facebook y el resto de redes sociales, de las que algunos pensábamos, parece que equivocadamente, que contribuirían a democratizar y a facilitar el acceso a determinados contenidos, debates, opiniones y a sus creadores. Finalmente, estas redes sociales han contribuido a alimentar esta estrategia de comunicación destructiva, en la que el código es la polémica, el mensaje apenas existe y poco importa si el receptor está receptivo y mucho menos su opinión.

Los políticos, aves de presa para todo lo que puede suponer un rédito en las urnas, se han sumado a estas redes y vierten sobre ellas sus “comentarios” y “opiniones” en forma de 280 caracteres. Y casualmente los reyes de este medio son aquellos que consiguen crear polémica, ya sea por el precio abusivo del papel higiénico o por la tímida niebla de primera hora de la mañana. Como una fina lluvia, pero constante, la comunicación breve pero impactante ha empapado también al Congreso de los Diputados donde el debate político es más digno de uno de esos programas nocturnos de hinchas futbolísticos que del seno de la representación de los ciudadanos de un país. Produce una gran vergüenza escuchar, por ejemplo, una sesión de control al gobierno en la que se pasa de una pregunta más o menos acertada a descalificar a la bancada opuesta, a las madres y padres e incluso a sus abuelos. Seguramente esos comentarios les reportarán sus minutos de gloria en los noticiarios, quizás alguna columna en los rotativos y seguro que decenas de miles de “interacciones” en las redes sociales; pero en ningún caso habrá contribuido a la función legislativa. En estos casos, además, las “interacciones” no suelen ser comentarios adicionales, respuestas sensatas o informaciones complementarias. Al contrario, son réplicas y exabruptos irreflexivos que acuden como el viento al fuego para avivar la polémica y la confrontación.

La sociedad también destila grandes dosis de agotamiento en el debate, en la crítica y en la capacidad de entendimiento y, en este sentido, la polémica y el enfrentamiento son mucho más accesibles que la razón y el acuerdo. Al igual que en la historia televisiva nacional, en la sociedad española hemos pasado de defender vehementemente a nuestros equipos del alma a buscar la confrontación, el enfrentamiento y la polémica por cualquier tema. O somos defensores acérrimos de Steve Jobs o de Bill Gates, o somos de Beta o de VHS, o de Android o de iPhone, o de Elon Musk o estamos al margen de la revolución tecnológica, o somos pro-nuclear o pro-renovables, o canonistas o nikonistas....

Esta situación se complica aún más con la eclosión de nacionalismos y provincialismos, donde hasta la Comunidad de Madrid ha conseguido que ese sentimiento identitario emerja entre parte de sus ciudadanos. Ahora o se es pro-Cataluña o pro-Madrid. Y ay de aquel que ose posicionarse en un punto intermedio o defienda alguna alternativa, pues la furia de los acólitos de uno u otro bando, o de ambos al mismo tiempo, recaerá sobre él como si del mazo de Thor se tratase.

Ya no tenemos mucho más margen para evitar que la crispación, la ofensa y la confrontación se conviertan en el eje fundamental de nuestra Democracia. Tenemos que decidir si queremos ser ciudadanos o hooligans.

Imagino que no es solo un sentimiento individual, pero cada día parece más complicado encontrar personas con las que poder conversar e intercambiar ideas ya sea, por ejemplo, de un tema tecnológico o político. Es decir, cada día es más complicado encontrar a Ciudadanos. No quiere eso decir que no existan. Seguramente estén agazapados en sus moradas esperando a que este temporal amaine. Pero ¿tiene alguna lógica que los ciudadanos tengan que esconderse para no ser vilipendiados y maltratados por esta tendencia destructora?


Si de verdad creemos que el siglo XXI puede ser distinto y queremos dejar una huella, por fin, positiva del ser humano en la Tierra, tenemos que empezar a replantearnos estas actitudes que buscan la polémica y el enfrentamiento porque tienen un mayor rédito a nivel de difusión, pero que ahogan el debate y con ello consiguen que la razón y el intelecto se empequeñezcan. No es cuestión de cerrar Redes sociales o de imponer la programación de las cadenas de Televisión. Más bien es comenzar a pensar en nosotros como ciudadanos y no como hooligans. Como ciudadanos tenemos que ser críticos, por supuesto, pero también tenemos la obligación moral de permitir que cualquier otro ciudadano pueda expresar su opinión. Es más, no solo tenemos que admitir la opinión del otro, sino que tenemos que fomentar y animar a nuestro entorno a manifestar sus opiniones con total franqueza. Esas opiniones actuarán en nuestros cerebros como un batido de supervitaminas y conseguirán activarlos y con ello, alimentarán la necesidad de información, de opinión, de crítica y de pertenencia a una región del globo terráqueo en continuo cambio y mejora, en contraposición a la decadencia que supone un sistema en el que el conocimiento queda relegado a los centros educativos.

De igual forma, el verdadero ciudadano tiene que intervenir cuando se está produciendo un ataque o una injusticia. Por un lado, ignorando al fanático cuyo único objetivo es sembrar la semilla de la discordia y la polémica desmesuradamente, no solo a las opiniones de otros usuarios, sino también a sus personas. Y, por otro lado, apoyando al agredido y defendiendo, en el sentido más humanista, la libertad de expresión.

Las Redes Sociales y sus usuarios, los medios de comunicación, los políticos y los ciudadanos de la calle, todos, tenemos trabajo que hacer si queremos revertir esta situación y poder disfrutar de una Democracia donde la libertad de expresión esté verdaderamente consolidada y sea su eje vertebrador.

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Fotografías, por orden de inserción, de Nathan Williams, CC BY 2.0, Cristina Jiménez Ledesma, CC BY-NC-ND 2.0, y *FranJa, CC BY-NC-ND 2.0.

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