UN ANTISISTEMA EN LA CORTE DEL REY ARTURO

Seguramente nadie pensaba, días antes de que diese comienzo el Mundial de fútbol de Brasil, que la debacle de la selección española iba a suceder de una forma tan brusca y dolorosa.

Fotografía de Kevin Zollman
Para muchos habrá supuesto un motivo de humillación y pena, para otros no habrá sido más que una merecida lección a la arrogancia y al aparente sentimiento de unidad creado por la Roja.  En mi opinión, este fracaso es la consecuencia de la incapacidad de mejora y rectificación de los errores cometidos y que, por desgracia, no solo se manifiesta en el fútbol, sino que impregna a gran parte de nuestra sociedad. Frustración, sí y mucha, pero no precisamente por la derrota futbolística.

Han tenido que pasar varios años para que la labor y valía profesional de Luis Aragonés al frente de la selección española haya sido reconocida. Mucho se ha hablado de su estilo y de su carácter. Y varios han sido los reportajes y documentales en los que se han inmortalizado su impronta. Nadie parece atreverse a decirlo pero, en cierto modo, Luis Aragonés fue el entrenador antisistema de su tiempo. Cuando todos apostaban por una serie de jugadores consolidados, por una continuidad en el juego, por una supuesta estabilidad, él se hizo con las riendas de la selección e impuso un estilo basado en efectividad de la selección como grupo. Su criterio, el de un profesional experimentado, pudo haber sido erróneo, equivocado, o quizás haber estado desviado. Afortunadamente no fue así y demostró que desprendiéndonos de todos los condicionantes ajenos a la esencia del fútbol, la selección podría pasar de cuartos y de semifinales e incluso terminar airosa su paso por la Eurocopa.

Influidos por nuestros prejuicios, es casi seguro que una gran mayoría dábamos muy poco por el futuro de una selección, la del 2008, sin su jugador clave y liderada por un entrenador que, al contrario que sus oponentes,  no lucía traje ni gemelos ni zapatos de marca durante los partidos. Pero su experiencia, su grado de inconformidad, su capacidad crítica y una mente ajena a los estímulos imperantes fueron capaces para mantener al margen sus prejuicios y realizar los cambios que él creía necesarios en la selección. Muy probablemente el 99,99% de los mundanos no hubiéramos sido capaces de imponer nuestro criterio. Hubiéramos permitido subconscientemente que los condicionantes heredados y los prejuicios inundasen nuestras decisiones, pensando que con ello al menos la crítica tras el fracaso sería menos dolorosa. Y es que de haber errado el experimentado entrenador en sus decisiones las críticas hubieran sido sin duda demoledoras y crueles, mucho más que si la derrota se hubiera producido tras optar por un modelo continuista. Incómodos por su presencia, no es de extrañar, que los estamentos ordenados del fútbol optaran tiempo después, y una vez realizado el trabajo “sucio”, por prescindir del sabio “antisistema” cuyo comportamiento independiente y profesional, pero crítico, podría resultarles muy incómodo. En su lugar incorporaron a la selección a Vicente del Bosque, en apariencia un gran entrenador y seguro que también una excelente persona. 

El nuevo aplicó la máxima de este país, “si algo funciona, no lo toques” y resultó eficaz por dos veces. Seguramente los ajustados y acertados cambios que realizó el entrador durante esos campeonatos fueron suficientes para mantener el alto nivel de exigencia que se le pedía a una selección que acababa de triunfar. Como en muchas otras ocasiones de la historia de este país, todo parecía ir sobre ruedas, todo parecía funcionar a la perfección…. Bueno, hasta que llegó el mundial de Brasil, entonces había pasado el suficiente tiempo como para que los jugadores, que una vez dominaron el imperio del balompié mundial, ya no tuvieran los mismos reflejos, ni las mismas motivaciones, ni la misma intensidad, ni la misma preparación física. Desgraciadamente el entrenador, como nos hubiera sucedido al 99,99% de la población española, optó por la continuidad, evitando realizar cambios respecto a sus seleccionados, o por lo menos sin acometer cambios radicales. ¿Quién en su sano juicio hubiera tenido el coraje de convocar a un jugador prácticamente desconocido ante la presencia de los intocables, de esas vacas sagradas que durante años han dominado la élite internacional?

¿Quién hubiera sido capaz de introducir reformas radicales en el modelo económico e industrial en España durante los años previos a la crisis con el sector de la construcción en un crecimiento alocado y cuando en España se creaba el 50% del empleo de la Unión europea? ¿Quién hubiera apostado por potenciar la creación de nuevas empresas innovadoras, con modelos de negocios disruptores, por invertir en i+D+i, cuando de la fuente de la construcción manaban cientos de miles de empleos mejor remunerados que en la vanguardia de la ciencia española?

Nuestro miedo al fracaso, a la crítica colectiva por exponer postulados contrarios o diferentes a los imperantes, nuestro exacerbado sometimiento a los prejuicios, nuestra excesiva individualidad y nuestra ausencia de crítica personal nos han conducido hacia una situación, como país, de emergencia y de desesperación colectiva, en la que no hemos detectado o no hemos querido ver el progresivo agotamiento del modelo que tan buen resultado ofrecía. Han tenido que transcurrir varios años más, de esta crisis, para que miles de ciudadanos hayan sumado sus fuerzas con el objetivo de conformar nuevas opciones políticas consideradas por la vieja guardia como “antisistema”. Aunque quizás tarde, ya han demostrado la capacidad de mostrar los dientes a aquellos que viven el día a día planteando soluciones del siglo XIX o tratando de ilustrar a la ciudadanía con planteamientos del siglo XX. Y al igual que ha sucedido con la selección son estos movimientos, asociaciones, ONG o partidos, en definitiva el conjunto de estos ciudadanos “antisistema”, los que actuarán como catalizadores de la evolución de una opinión dormida y anestesiada por la tradición y el inmovilismo. De hecho, ya se percibe el lento y pausado movimiento de los aletargados dinosaurios que, quizás simplemente para evitar su extinción, caminan en la dirección de los planteamientos “antisistema”. 

Seguramente que todos hemos escuchado alguna vez la  máxima que define a España como “el país donde es más fácil equivocarse en grupo que acertar individualmente”. No es que las demás naciones sean más despiertas que la nuestra, ni que sus ciudadanos estén dotados de unos intelectos superiores, o que demuestren unas capacidades insalvables. La cuestión es la capacidad de evolución, la velocidad a la que somos capaces de transformar y seguir reinventándonos. Es más, si fuéramos capaces de medir la variación con la que acometemos esas mejoras, su aceleración, tendríamos un indicador con el que compararnos y por lo tanto ilustrar esta gran desventaja.

Las empresas y naciones que practican este duro y esforzado juego, por no languidecer y disfrutar de una siesta esperando a que todo suceda de la misma manera que hasta ahora, obtienen de media mejores resultados no solo económicos, sino también de equidad social, que los países que se mueven a base de “revoluciones” e impulsos, que sin quitar el mérito que tienen y la concentración de esfuerzos y energías que conllevan, no resultan propicios para un orden mundial en continuo evolución y en el que para muchos (multinacionales, mercados, traders,…) el sol nunca se pone bajo sus dominios.

Seguro que no se le escapa al lector que lo crucial en todo esto, además de demostrar una actitud crítica permanente, es la capacidad para detectar cuando un modelo comienza a dar sus primeros síntomas de agotamiento.

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Este artículo forma parte de la serie publicada por el autor en E2E4 MEDIA entre los años 2010 y 2014.

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