DAR VOZ A LO ESENCIAL, LA CULTURA DE BASE Y LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

 Recientemente, el 29 de octubre de 2025, tuve el placer de presentar a José Ignacio García en el ciclo literario “Esenciales”, organizado por el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua y acogido, ese día, por la Biblioteca de Castilla y León en Valladolid.

El ciclo, magistralmente guiado por el crítico literario José Ignacio García, propone un recorrido por nueve autores, Jesús Carazo, Ignacio Sanz, Gregorio Fernández Castañón, Luis Marigómez, Yolanda Izard, Luis García Jambrina, Ramón García Mateos, Victoria Pelayo Rapado y Gonzalo Calcedo, que, desde distintos estilos y sensibilidades, conforman una parte imprescindible del panorama literario de nuestra región. Nueve miradas que, como define José Ignacio, son esenciales no por su fama o presencia mediática, sino por su autenticidad, su oficio y su compromiso con la literatura como forma de vida. Es decir, seguramente no son los autores más conocidos de la Comunidad, ni dentro ni fuera de ella, pero destacan, cada uno, por su calidad literaria es sus respectivos estilos y registros, algo que les convierte en imprescindibles.

Durante la presentación de la conferencia y del ponente, José Ignacio García, compartí una reflexión que me ronda desde hace tiempo. En una era en la que la información disponible en Internet y la inteligencia artificial parecen hacerlo todo accesible, corremos el riesgo de pensar que nada escapa a su alcance. Sin embargo, una mayoría de obras verdaderamente valiosas, aquellas que nacen en los márgenes, que se escriben sin estrategia de marketing y que respiran autenticidad, quedan fuera de los grandes algoritmos y de los circuitos comerciales. Acceder a ellas, identificarlas, encontrar esos manuscritos, aún en librerías especializadas, e incluso localizar información relevante sobre sus autores no es siempre tarea sencilla, lo que contribuye aún más a su invisivilización. En consecuencia, esa parte de la cultura que transcurre en los márgenes no va a tener la oportunidad de destilar la sabia capaz de iluminar a otros escritores y a las futuras plumas o de revolver al lector en su butacón ofreciéndole nuevos mundos. Y esto, repito, no es porque carezcan de calidad, sino porque su concepto de base, el entorno donde han nacido, no encaja en el ruido de lo inmediato.


De hecho, la cultura no debería de medirse por su viralidad sino por su capacidad para transformar a quienes la descubren.

En tiempos dominados por la inmediatez y la inteligencia artificial, defender lo esencial, la palabra, la emoción, la reflexión, es también una forma de alejarse del ruido, de momento inspirador e innovador y, por lo tanto, de replanteamiento del status quo. Por eso, iniciativas como “Esenciales” son mucho más que un ciclo literario: son un acto de resistencia cultural. Permiten que esas voces que no siempre ocupan escaparates digitales encuentren su espacio, su público y su eco. Pero ¿es suficiente?

En esta época de redes sociales, profusa digitalización, inteligencias artificiales que han digerido centenares de millares de títulos provenientes de todos los rincones del mundo, buscadores que priorizan los contenidos por su “relevancia” ¿es posible promover esa cultura de base, esa cultura inspiradora más allá de los escasos eventos presenciales que la ponen en valor?

La cultura más comercial, consciente del potencial de la presencia en las redes realiza un importante esfuerzo en potenciar que sus obras dispongan de una mayor cobertura en Internet, lo que hace que esas creaciones sean visibles a los ojos de los buscadores y de las Inteligencias Artificiales. Y es verdad que, sin una estructura formal, como la que puedan tener una editorial, una productora o una discográfica, la capacidad de los títulos y autores al margen de lo comercial por tener una presencia efectiva en Internet se complica.

Creo sinceramente que tenemos que apoyarnos, sin prejuicios ni alergias, con todas las herramientas que se nos brindan para evitar que esa cultura pase desapercibida. Pero para eso, desde las asociaciones culturales, entes públicos, críticos y también a nivel particular, como lectores y consumidores de cultura, tenemos que aliarnos para alimentar con la información necesaria y suficiente a la maquinaria digital para que esos títulos y sus autores tengan una presencia digital digna.

Y es que, que una obra esté apadrinada por una editorial, productora o discográfica con una presencia en internet reducida (en muchos casos una página web que, aunque actualizada, apenas recibe tráfico), sin una edición digital de la novela, la película o la canción, sin críticas ni reseñas en medios digitales (hay editoriales que siguen priorizando las reseñas en periódicos o revistas en papel seguramente porque así lo marca su público objetivo) no supone un gran avance, pues las Inteligencias Artificiales no dispondrán de las suficientes fuentes para procesar convenientemente la información relativa a la obra y su autor. De esta manera se magnifica el sesgo del ecosistema cultural hacia las obras que disponen de una presencia online más cuidada.

Pero podemos aprovechar el espacio que nos brinda Internet y la Inteligencia Artificial, para que la cultura de base, de calidad que no está amparada por los circuitos comerciales, no se pierda en la inmensidad del tiempo y pueda alimentar a otros creadores o usuarios de todo el globo terráqueo.

Para ello agrupaciones de creadores, asociaciones de defensa y promoción de la cultura, organismos públicos, críticos y lectores podemos poner en marcha sencillas acciones que pueden cambiar el ciclo de vida de las obras que mayormente circulan por el mundo real:

  •  Digitalizar y etiquetar obras de autores independientes o locales permitiría que esos textos entren en los repositorios culturales que las Inteligencias Artificiales consultan. En este sentido quizás nos podríamos apoyar en el Depósito Legal que hay que realizar cuando se publica un título y cuyo objetivo es preservar el patrimonio cultural en las Bibliotecas Públicas, extendiendo las actividades que realiza para digitalizar aquellos textos que nacen sin copia digital. No es descabellado pensar que solo con una parte de la obra literaria debería de ser suficiente para que los motores de búsqueda y las Inteligencias Artificiales puedan alimentarse más allá de los metadatos que ofrece el ISBN, el DNI de los libros. De no ser así, la alternativa puede pasar por las asociaciones de autores que pueden ofrecer a sus plumas asociadas, entre sus servicios, la digitalización de parte o la totalidad de la obra impresa para que pueda difundirse en Internet e incluso pueda ser adquirida Online desde cualquier parte del mundo. Con herramientas de digitalización esta tarea se puede simplificar, pero aun así requeriría de la autorización de los autores para difundir parte de su obra y del apoyo institucional y de los asociados para que se pueda financiar su digitalización. Ante esta complejidad, creo que es mejor que en aras de la preservación del patrimonio cultural sea el propio Depósito Legal quien asuma esa responsabilidad delegada por parte de la ciudadanía. Además de alimentar a los motores de búsqueda y a las Inteligencias Artificiales con una mayor riqueza cultural, también facilitaría que esos títulos y sus autores puedan ser citados, reseñados y usados en corpus literarios aumentando de esta manera su relevancia.
  • Paralelamente se pueden buscar asociaciones con diferentes proveedores de Inteligencia Artificial, ofreciéndoles catálogos de libros no disponibles en el espacio virtual y para que una vez digitalizados puedan alimentar a estas Inteligencias Artificiales, como por ejemplo una selección de títulos representativos de la literatura de Castilla y León o de autores contemporáneos no convencionales. De tal manera que esos modelos entrenados, no solo con la cultura comercial sino con los textos que viven en el margen generarán a los usuarios recomendaciones más diversas y precisas. Además, el hecho de que progresivamente se vayan digitalizando títulos, hasta ahora en papel, y que sean digeridos por la Inteligencia Artificial puede ayudar a descubrir conexiones entre autores, estilos o temas que un lector humano no vería fácilmente, ayudando a difundir obras que han pasado olvidadas a la historia o de nicho. En este sentido la Inteligencia Artificial puede ser interpelada para que nos ofrezca recomendaciones que no estén basadas en la fama de una obra si no en la calidad y afinidades de los textos.
  • La digitalización tiene que llegar también a la crítica literaria, que en muchos casos también se exponen en medios impresos y que como máximo exhibe digitalmente una copia en formato fotografía o como documento pdf. En este sentido creo que es importante que los críticos, divulgadores literarios, blogs o revistas culturales usen estructuras de datos abiertas (metadatos, etiquetas, resúmenes), para que las Inteligencias Artificiales “entiendan” mejor de qué trata cada obra. Es decir, requiere también de su sensibilidad hacia la preservación del patrimonio cultural y, por lo tanto, de reconocer la importancia de su labor como críticos y recomendando autores y obras. De esta manera conseguiríamos un mayor apoyo para que la literatura no comercial sea más indexable y recuperable.
  •  Creación de redes de difusión cultural híbridas. Es decir, apoyar, como usuarios, instituciones u asociaciones, los proyectos híbridos que alternen eventos físicos con la presencia en la red. Por ejemplo, animando a los clubes de lectura que habitualmente se reúnen en las bibliotecas públicas y centros cívicos para que también realicen actos online realizando sesiones en streaming o manteniendo un podcats con la síntesis de los análisis y comentarios aportados en el club o realizando y grabando lecturas dramatizadas de los pasajes que consideran claves de sus lecturas.

En el siglo XXI, si los autores de calidad no están donde está la audiencia, la audiencia difícilmente los encontrará y por ello el desafío que se nos plantea es cómo alimentar a las máquinas con diversidad cultural. Paradójicamente, como hemos visto, la digitalización y la Inteligencia Artificial pueden ser nuestros aliados si las instituciones, asociaciones de promoción cultural, críticos y los lectores alimentamos a los modelos convenientemente.

El reto es grande, pero la preservación del patrimonio cultural y el fomento de la diversidad cultural son necesarias si no queremos ver mermada nuestra capacidad de pensamiento, imaginación y crítica en un mundo donde podemos acceder desde la palma de la mano a todo el patrimonio digital. Por ello, solo me queda agradecer a José Ignacio García por su esfuerzo incansable en divulgar la literatura mayúscula y por recordarnos que la literatura sigue siendo uno de los mejores lugares donde encontrarnos con lo humano.


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